miércoles, 18 de julio de 2012

¿LA RESILIENCIA ES APRENDIDA O HEREDADA?


¿La Resiliencia es aprendida o heredada?



Antes de contestar esta interrogante dando mi impresión personal basada en lecturas, observaciones de nuestro día a día, considero necesario aclarar el termino “Resiliencia”.
Voy a compartir dos conceptos que me parecen importantes:


La resiliencia es la capacidad que tiene un individuo de generar factores biológicos, psicológicos y sociales para resistir, adaptarse y fortalecerse, ante un medio de riesgo, generando éxito individual, social y moral. Oscar Chapital C. (2011)


Capacidad humana universal para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas o, incluso, ser transformado por ellas. La resiliencia es parte del proceso evolutivo y debe ser promovida desde la niñez (Grotberg, 1995, en Kotliarenco, 1997).


Ahora bien, ¿El Resiliente se nace o se hace?
Cuando  mencionamos el tema de la resiliencia no puedo dejar de pensar en dos situaciones muy puntuales, una es Japón una muy probada cultura resiliente.
 Japón tiene una vasta lista de grandes desastres: volcanes, terremotos, tsunamis, bombardeos e invasiones. Existe un orgullo tradicional en considerar que Japón se ha construido a base de sufrimiento.
Japón es un ejemplo de cultura enfocada en la resiliencia, esto significa poner mayor énfasis en lo que las comunidades pueden hacer por sí mismas y cómo se pueden fortalecer sus capacidades, antes que concentrarse en su vulnerabilidad ante el desastre o sus necesidades en una emergencia. Los términos “resiliencia” y “vulnerabilidad” son las caras opuestas de la misma moneda, pero ambos son los términos relativos.

(Cabe recordar que la resiliencia es la capacidad de absorber la presión o las fuerzas destructivas a través de la resistencia o adaptación, así como la capacidad para gestionar o mantener ciertas funciones y estructuras básicas durante contingencias y por último la capacidad de recuperación después de un evento).
En Japón el espacio es un bien escaso y la gente aprende a cooperar y compartir. El egoísmo, como en cualquier otro lugar, existe pero sobre todo se valora la “armonía social” por encima de otros valores como la “independencia” o la “libertad personal”. Eso significa subyugar los deseos personales. (Lonar Lake, India 2011)

Surge una interrogante: ¿Hay un aprendizaje cultural de la resiliencia?


Otro evento que me asalta rápidamente fue Edrey Manuel, al nacer prematuro en un hospital donde por causas de infección con bacterias morían a diario 15 a 20 niños, nacidos en la misma fechas con la misma condición de riesgo, con madres de edad  intermedias, la mayoría no sobrevivió, sólo unos pocos y luego estos mismos niños después de meses  salen fortalecidos con una mayor resistencias a las infecciones, a las condiciones ambientales y hasta emocionales. Lo que no mata, te hace más fuerte (“gaman”) 

Otra interrogante: ¿Quién enseña a estos R.N.  a tener y sentir la entereza para sobrevivir?


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Creo responsable de mi parte mencionar un libro Resiliente. Se nace, se hace, se rehace (Kalbermatter, María y otros 2006) donde señala:
Las fuentes de resiliencia, que promueven actitudes que favorecen el desarrollo de habilidades que permiten enfrentar las situaciones de adversidad, y a la vez posibilitan a los sujetos salir fortalecidos, reside en tres amplios conjunto de factores:
  •          Las características de la personalidad.
  •          La disponibilidad de sistemas de apoyo externos, que alienten y refuercen los intentos de adaptación de los sujetos.
  •          El medio familiar y social.

Henderson Gotberg, investigadora actual  sobre esta temática sostiene que se pueden organizar los factores resilientes  en  cuatro categorías:

                              Yo Soy, yo estoy, yo puedo y yo tengo (apoyo)

 
 



Desde mi punto de vista, existen dos componentes que permiten que se de la resiliencia una es el componente cognitivo dada la necesidad del uso de memoria y  el otro el social.


Se observa que a mayor actividad cognitiva y a mayor capacidad intelectual aumenta la resiliencia, no sólo emocional, sino de las neuronas de los sujetos. Ciertamente que no es absoluta la relación «mayor nivel intelectual = mayor resiliencia», pero estadísticamente es muy frecuente. El sujeto con mayores conocimientos y mayor capacidad intelectual puede procesar y elaborar más eficazmente los traumas y los factores distresantes.
Los seres humanos siempre estamos expuestos a situaciones difíciles. El estrés constante, las carencias económicas o afectivas, el maltrato físico, emocional, psicológico, la pérdida de un ser querido, etc. 
Algunas personas sucumben ante estas situaciones. Otras logran resurgir como el ave fénix encendiendo su luz dentro de la oscuridad. Esa capacidad que les permite superarse, sacando fuerza y provecho de la crisis es la Resiliencia. Para desarrollarla es necesario fortalecer el poder personal. Esto implica la autoestima, autonomía e iniciativa, asertividad, independencia, la empatía interpersonal y social, la capacidad de tomar decisiones, la fe, la creatividad y la consciencia.


Investigaciones recientes como las de Diane Le Coutu (2002) sostienen que la resiliencia tiene tres pilares fundamentales que son igualmente válidos en los casos de enfermedades terminales, crisis sociales, en las olimpiadas y en las organizaciones: 1) Una fría comprensión y aceptación de la realidad; 2) Una profunda creencia que la vida tiene significado apalancada en valores muy sólidos; 3) Una extraña y misteriosa habilidad para improvisar “inventarse una” en medio de la adversidad.

El ser humano ante la adaptación a situaciones nuevas tiende a la búsqueda de la homeostasis o equilibrio; en esta búsqueda que conduce a la salud, al bienestar opta por respuestas preventivas y de protección cuando se perciben circunstancias adversas, de frustración o de peligro. Al desarrollar su resiliencia tiene la capacidad de revertir, transformar estas circunstancias a pesar de lo riesgos a los que se ve expuesto y se permite seguir desenvolviéndose incluso en un nivel superior a la situación vivida.

Esta salida o vía alterna fortalecedora que es la resiliencia depende de unas características de personalidad bien particulares que se pueden ir fomentando, entre ellas: formar personas socialmente competentes, con alta autoestima, con poder personal, permitirse reconocer debilidades y fortalezas, tolerancia hacia las personas y a la frustración, permitir la libertad de tomar decisiones y de resolver problemas, desarrollar habilidades comunicativas, desarrollar un sólido sistema de valores, satisfacer las necesidades básicas de afecto, sentido del humor, respeto, creatividad, autonomía, de apoyo de las personas significativas sobre todo de aquellas emocionalmente estables, trazarse metas, apoyarse en algún tipo de creencia religiosa, desarrollar conciencia de identidad, sentido de pertenencia.

En líneas generales se trata de utilizar alternativas de apoyo desde el plano personal, familiar, social que contribuirán a fortalecer la personalidad y hacerla estable para poder responder y recuperarse ante los enfrentamientos en momentos difíciles.

Referencia:

PUERTA DE KLINKERT, María Piedad (2002): "Resiliencia. La estimulación del niño para enfrentar desafíos". Buenos Aires-México: Lumen
Lonar Lake Japón: Una probada cultura resiliente. (2011)  
Kalbermatter, María Cristina. Resiliente. Se nace, se hace, se rehace. (2006)